Sentía insólitas magias
colar
como sangre malsana de cortes
profundos que
desfiguraban el alma
mientras, indolentes,
las Pléyades migraban
hacia remotas galaxias, renunciando
a estelas temblorosas de
anémicas luces,
pálidos marcos a
recuerdos malvados.
Voluble, un tálamo de
arena
me regalaba tibiezas de
rocío
y respiraba el mar,
implorando
a la noche que yaciera
aún a mi lado.
Pero he visto la aurora, divina
promesa de vida, nacer
sin voz
de encantadas pestañas
de olas y he sonreído.