La vid americana danzaba
al siroco, vestida con el hábito
más bello, para tí que te ibas
hacia aquel solo mar que todavía
no habías navegado. Ignoro
-y el tiempo no me ayuda –
qué pensabas entonces
pero, recuerdo
la mirada demacrada de
dolor
y las palabras mutiladas
de un íntimo
diálogo que se hundía en
el ángulo
más obscuro de la habitación.
Y cada tanto me pregunto si después
te han abierto aquellos
canceles
y porqué ciertas plantas
se visten de sol en los días
de la muerte.